Nicaragua me dolió al punto que no hace ni un par de horas que crucé la frontera y ya decidí ponerme a escribir este post. ¿Será sublimación? ¿Será un descargo? ¿Serán tantas cosas que no pude decir?

Y lamentablemente no soy la única que no puede decir. Cada vez que preguntaba por el tema político de Nicaragua nadie quería hablar. Algunas personas evadían la pregunta, otras se acobardaban y comenzaban a susurrar; otras me pedían disculpas porque responder a mis preguntas significaba poner en riesgo mucho.
Teóricamente Nicaragua tiene un presidente electo, que viene en el poder hace muchísimos años. Teóricamente la oposición nunca gana porque no tienen propuestas fuertes. Teóricamente los nicaragüenses van a votar y siempre gana la misma persona. Teóricamente. Ahora, en la práctica pareciera que las cosas son distintas. Los pocos que sí se animaron a hablar me dijeron que desconfían de los resultados de las elecciones…que el boca en boca nunca van con los resultados de las urnas.¿Cuál será la verdad? No la sé, sólo me limito a compartir un par de historias que viví.

Me fui a hacer las uñas y me enteré más que en un free walking tour
“Si querés conocer un lugar, tienes que ir a la manicura” me dijo Elena. Era más joven que yo pero parecía mucho mayor, aunque toda glamorosa. Aunque en realidad la que me hizo las manos a mí era María, una chica de 20 años, que le daba vergüenza hablar. María trabajaba de lunes a sábado, todo el día. Su único día libre era el domingo, y sin embargo aprovechaba ese día para cursar toda la jornada en la universidad.
María estudiaba para ser maestra así que mi terapista ocupacional interna desempolvó las anécdotas de cuando trabajaba en la escuela para sacarle un par de sonrisas y contarle cómo eran las escuelas de mi país.
Elena en cambio no había estudiado nada pero tenía más conocimiento que todo lo que te puede dar una universidad…en Argentina diríamos que Elena tiene calle. Y sí que la tenía. No sólo que me recomendó muchos lugares para conocer en Nicaragua y los alrededores, sino que me dio un pantallazo de lo que sería el motivo que me hizo huir del país casi despavorida.
Ya casi estaba por irme cuando me dice “a mi cuñado le gusta Millei”. Traémelo a tu cuñado, le dije, que le cuento un par de cositas. Y así apareció Miguel, el cuñado con convicciones políticas más abierto a escuchar, analizar y repensar lo que pensaba. Inevitablemente hablamos de la política nica, susurrando claramente, pues ninguno quería terminar preso.
Hablamos de la democracia, de lo lindo que es que las diferencias se puedan expresar. Cosas que no estoy segura que estén garantizadas en Nicaragua.
Billetitos andantes
Estábamos caminando por las calles de Granada. Una tarde hipercalurosa, como todas las que vendrían en las próximas semanas. Unos niños de no más de 7 años nos saludaron y nos empezaron a perseguir al tono de “dame 1 dólar”. No era la primera vez que lo escuchaba en Nicaragua, aunque sí era la primera que lo escuchaba de niños.
Mirá que tenemos pobreza en mi país (ni te cuento en el conurbano bonaerense) y he visto mucha gente en situación de vulnerabilidad social pidiendo dinero. Pero esto era distinto. Eran niños de escuela que querían sacarnos plata sólo por ser turistas. Y la historia se fue repitiendo a lo largo de muchos destinos, en donde muchísimos nicaragüenses nos veían a los turistas como billetitos andantes…personas para estafar o cobrarles de más sólo por el hecho de ser extranjeros. Y no te digo una entrada a un parque nacional o alguna atracción que me parece espectacular que la gente local pague más barato. Era simplemente por el hecho de verte la cara y paradójicamente pasaba en los lugares turísticos.
Me pasó demasiado en los transportes públicos y los taxis, así que me tomé el trabajo de averiguar antes de ir a cada lugar cuánto debería costarme. Así cuando el chofer me dijera “son 100 córdobas” yo le replicara “el pasaje cuesta 30”, después de bancarme su cara de desilusión por no poder estafarme, me dejara subir pagando la tarifa que se maneja.
La violencia replicada
Vi tanta violencia en el día a día, de esa violencia camuflada pero violencia al fin, que me dejó anonadada.Los hombres que no dejaban hablar a las mujeres (o hablaban por sobre ellas, diciendo lo mismo que ellas decían…¿pensarán que por ser hombres su palabra tiene más valor?), mujeres que gritaban a sus hijos, gente que pateaba a los perros de la calle, hermanos agarrándose de los pelos, niños/adultos que jugaban a “pegarse despacito”.

El machismo al cubo
Es innegable que viajar siendo mujer suele ser mucho más complicado en estos países que viajar siendo hombre. Lo sé, lo imaginaba, pero no me esperaba el machismo tan zarpado que vivencié en Nicaragua.
Lo que más me jodía era la impunidad. Los hombres se sentían con el derecho de decir y hacer cualquier cosa, sólo por el hecho de ser hombres. Y te juro que no pretendo que todo Latinoamérica sea como Argentina, pero hay cosas que tienen un límite. Y justamente de eso hablábamos con Macarena, una cicloviajera chilena que conocimos en una playa de Ometepe, que nosotras tenemos que saber poner límites.
Las palabras de Macarena me quedaron resonando y decidí empezar a poner límites en los espacios que me sentía segura (que aunque quizás no lo estaba, pero sentía que sí). Al tercer día de ir al mismo supermercado…de escuchar hablar a los dos repositores entre ellos, de mí, de mi cuerpo, mi tatuaje de Messi, etc etc (todo en voz alta, pues no tienen los huevos para decírtelo de frente pero quieren que te enteres), los encaré: “¿Qué pasa?”. No hubo respuestas, sólo silencio y la mirada al piso. Creo que quedaron ellos más movilizados de que una mujer les haya contestado a que yo de escuchar tantas paparruchadas.
La gota que rebalsó el vaso
Creo que el patriarcado está tan pero tan instaurado en la mente de los nica que ni siquiera se dan cuenta de lo que hacen. Elijo creer.
Eran las 7 am y, como buena adicción que me dejó este viaje por Centroamércia, me estaba preparando un burrito de desayuno. O sea, cuasi dormida, con mi cara hinchada de madrugar como si me hubieran picado noventa abejas y toda mi motricidad que aún no se había enterado que me levanté de la cama. Intento prender un fósforo, se me apaga. Agarro el segundo y se me acerca un señor muy amablemente a decirme “te enseño cómo se usa un fósforo”. Obvio que la que se encendió fui yo, y con toda la paz y serenidad que me caracteriza, aun en los momentos que estoy re caliente, le dije “gracias, pero déjeme intentarlo”.
La conversación fue tomando un tono un poco más elevando entre “déjame que te enseñe” y el “por favor ¿me deja intentarlo?” hasta que todo se fue al carajo cuando me dijo “es que usted no puede”
Años y años estudiando en la Universidad de Buenos Aires, 1000 horas de prácticas con distintos pacientes, trabajos en todos rubros que te imagines y te juro que este tipo me enseño en menos de un minuto lo que nunca nadie me había enseñado: Cuánto poder adquieren las personas cuando te sacan el poder a vos.
Me hubiera encantado tener una conversación amena con el señor y explicarle cuán desafortunado había sido su comentario, pero mi sistema simpático ya se había activado. De hecho, no recuerdo cuándo había sido la última vez que me había enojado.
Resumidamente, prendí el fósforo (tras explicarle que tenía 35 años y me habían enseñado cómo se prendían los fósforos hace casi 3 décadas) y le hice exactamente lo mismo que él me hizo a mi. ¿Me enorgullezco? Definitivamente no. ¿Fue la manera correcta de comunicarlo? Claramente que no. Pero es la que me salió.
Mientras el señor se disponía a hacerse su café, luego de decirle lo incómoda que me había hecho sentir su accionar, le plantié: imagínese que usted está agarrando la taza y yo me meto en el medio y le digo “te enseño cómo se agarra la taza” “es que usted no puede”. Ahí le cayó una fichita, me pidió disculpas y me dijo que lo estaba haciendo sentir mal. Me quedé con la duda de qué lo hizo sentir mal, si haberle replicado lo que él dijo (pues realmente se había dado cuenta de su error) o si le dolió que una mujer le contestara. Cosas que nunca sabré.

Acoso a la enésima potencia
Si hay algo que me molestó más que los gritos en la cara de “taxi, taxi, taxi, taxi” (o sea, con una vez que me digas taxi es suficiente y si quiero un taxi me voy a acercar…con perseguirme media cuadra no vas a lograr que me suba a tu taxi) es el acoso callejero.
Entiendo que cada cultura tenga su noción de cuántos centímetros de espacio personal dejar, especialmente con alguien que no conocés, pero hay cosas que son demasiado. Que te agarren el hombro para venderte algo es un límite, que creo haberle dejado bien claro al señor que le saqué su mano de encima al grito de “no me toqués” (así, bien argento, pues no lo puedo evitar).
“¿Qué le decís a tu hija?”
Y siguiendo con el tema acoso, me agoté de que me dijeran cosas por la calle. Pero no uno, dos. ¿Te imaginás lo cansador que es que 10 hombres distintos en la misma cuadra te digan algo?
En español, en inglés, para ellos lo importante es tirar dos o tres palabritas. Recuerdo que estábamos por las afueras de Moyogalpa, yendo por un camino que nos lo catalogaron como seguro, con mi amiga Ari de Viajera Feminista cuando vivimos el típico acoso. Mi amiga siempre les contestaba y yo con me sentía súper incómoda de sólo escuchar a los tipos. Hasta que en un momento le dije “amiga, no les contestes. Nos llegan a agarrar acá entre los 5, nos violan, nos matan y ¿quién se entera”
De sólo pensar lo vulnerables que estábamos, en un país que roza la dictadura, en donde el que opina distinto al gobierno es callado, recontra machista…y nuevamente Nicaragua me dolió. Pero más me dolió pedirle a mi amiga que no contestara, por miedo a lo que nos pueda pasar.
Nuevamente silenciándome por miedo, como en la Argentina de los 90′ en la que crecí…Argentina que hoy me llena el alma cuán distinta es la realidad. En muchos sentidos Nicaragua me hizo recordar a la Argentina en la que nací, en dónde los femicidios se titulaban como crímenes pasionales, en donde los abusos eran tema tabú, en donde las mujeres y niñas sentían vergüenza y culpa cuando eran abusadas. Nos falta mucho aún, pero te juro que avanzamos bastante, y Nica me lo hizo valorar.
Así como buenas viejas de vereda, aunque ninguna de nosotras cuatro superaba los 40 años, sentadas bajo la sombra en aquella tarde calurosa, empezamos a hablar del acoso callejero que vivíamos y cómo las situaciones de desvalorización y cosificación de la mujer se repetían minuto a minuto. Una de ellas era madre de una adolescente de 14 años y no pude evitar preguntarle “¿qué le decís a tu hija?” Ella hizo una pausa antes de contestarme, con los ojos algo llorosos “le digo que no diga nada”
Y Nicaragua me volvió a doler. Me dolió que el mensaje era que las mujeres tienen que estar calladas para estar seguras. Me dolió pero la entiendo, porque si esa niña, adolescente o adulta llega a ser abusada ¿lo podría comunicar? ¿hay un ambiente seguro para desplegar lo sucedido? Si me dolió a mí, que sólo estaba de paso por Nicaragua, lo que les debe doler a ellas que viven allí.
Y creo que me dolió tanto Nicaragua que por eso me fui. Tres semanas fueron suficientes para darme cuenta que en ciertos países necesitás estar más fuerte para que no te duelan. Fortaleza suficiente que en las últimas semanas no logré tener.
Siento que no es mi despedida y que voy a volver a Nicaragua. Siento que hay mucho por hacer, mucho por cambiar y que alguito voy a poder aportar. Siento que tengo que estar más entera, más preparada, más fuerte emocionalmente. Así que por ahora es un hasta luego.
Nicaragua, gracias por tantos aprendizajes

No hay forma de reflejar la realidad de un país, ni de conocer nada en profundidad en tres semanas. No estoy ni cerca de saberlo, ni en condiciones de comunicarlo. Estas son sólo mis experiencias, las que me movilizaron y las que sentí que tenía que contarlas.
Así como me crucé personas increíbles, gente que nos advirtió, nos ayudó, compartió parte de su vida con nosotros y así como descubrí paisajes hermosos, creo que en cada viaje hay un lado B, que a veces resulta más interesante contar que la cantidad de lugares que podés visitar.
Contame si ya conocés Nicaragua o si viviste alguna situación similar
Me encantó leerte, que increíble que en nuestra américa latina sigan sucediendo situaciones como estas, pero lo peor es que lo normalicemos, soy de Venezuela y podría asegurar que es una situación muy similar, estar viviendo en tu hermoso país desde hace un poco más de 5 años, a mis 55 años me hizo ver que esas situaciones no son nada normales y que merecemos ser más que un cuerpo y una cara que estimule la producción de testosterona en los hombres y que así como muchos expresan por sus bocas lo que les hace sentir sus hormonas y nos incomodan, nosotras como mujeres no solo somos estrógenos, buscamos ser la voz que se hace escuchar ante lo que no piensen como nosotras. Me encanto
Qué certero lo que contás, Marbella ❤️
Me quedo con tus palabras del final ✨️ GRACIAS por compartirlas